Quizás escribiste algo que te llenó de orgullo, lo publicaste en alguna plataforma virtual y solo recibiste grillos como respuesta.
Quizás tus seres queridos te convencieron de que usás demasiados detalles cuando contás una anécdota, y pedirte que redondees es un chiste sostenido.
Quizás creciste leyendo historias fantásticas de dragones o dramas intensos sobre amores torturados, y sentís que tus historias personales mundanas son demasiado insulsas en comparación.
Quizás, simplemente, sos vulnerable al miedo que aparece antes de hacer cualquier acto creativo: la irrelevancia.
A esta altura ya sabemos de memoria la teoría: el miedo nunca va a desaparecer, nuestra tarea es hacerle frente. ¿Pero cómo?
Si cargás con la duda de cuánto interesan tus palabras y cuánta atención ajena valen tus historias, no alcanza con la terapia de choque.
Escribir y mostrar a la fuerza, incluso cuando sentimos resistencia, es una buena manera de poner manos a la obra, pero no siempre soluciona el problema de fondo. Personalmente, yo prefiero un enfoque más preciso:
1) Explorá el valor que vos encontrás en tus historias. ¿Qué temas te convocan? ¿Qué ideas recurrentes aparecen? ¿Qué te llama la atención? Más de una vez me dijeron que sería interesante leer mi historia migratoria en detalle, y yo personalmente me cuestioné si quizás escribir más sobre mi celiaquía no sería una buena forma de captar lectores, pero no puedo ignorar una verdad absoluta: estos temas me importan poco y nada. A la vez, descubro que me interesa escribir sobre las mesitas de luz o la pérdida de la memoria, y la novela que estoy escribiendo tiene una sección inspirada en un parque de mi ciudad donde los perros saltan al vacío. ¿Son historias que le interesan a una audiencia de millones? No, pero sí me acercan a lectores que buscan exactamente eso que yo puedo dar, y este intercambio recíproco es la base de mi constancia como escritora.
2) Elegí tus audiencias con objetividad. Estoy segura de que tus seres queridos van a entender eventualmente que esa manía por agregar detalles innecesarios aparece porque sos una persona imaginativa, y sin esa capacidad por darle cuerpo a lo que estás contando seguramente dejarías de ser vos en muchos niveles, pero quizás podés guardar el exceso de mística para los amigos que disfrutan esas historias, y ahorrarte el viaje hacia ramas floridas cuando le tenés que avisar a alguien que estás llegando tarde. Que tus historias no le interesen a alguien en concreto no significa que no le pueden interesar a otros! El punto, creo, es reconocer que la persona que tenés enfrente es un ser humano entero y no un personaje secundario en tu existencia, y aceptar cuando sus gustos no se amoldan a tus urgencias.
3) En relación al último punto, reconocé tu propia subjetividad. Estoy segura de que hay al menos un libro, película o artista que la gente ama con locura y a vos te da lo mismo. Yo sufro un FOMO agudo entonces suelo subirme a cualquier barco que esté lleno de gente, pero incluso así descubro que grandes fanatismos ajenos se me escapan. Cuando imagino cómo observan otros mi escritura, sobre todo aquellos que no pueden encontrarle valor ni haciendo el esfuerzo, el panorama es tétrico, pero cuando veo concretamente cómo reacciono yo frente a lo que no me interesa, la situación deja de ser dramática. Lo que no me importa es simplemente algo que no me importa. Mis sentimientos hacia los artistas que no me interpelan son nulos. Si este ejercicio no alcanza para que te sientas más cómodo exponiendo tus palabras, detenete a pensar cómo se siente en tu cuerpo esta indiferencia. Quizás estás siendo muy punzante cuando juzgás a aquellos que hacen cosas que vos considerás irrelevantes, y por eso te aterra la idea de que alguien se sienta así frente a tu escritura. Quizás lo que necesitás es sacarle dramatismo a tu propia indiferencia.
4) Por último, analizá tu vínculo con lo mundano. Si el único contacto que tenés con la narrativa se relaciona a historias extraordinarias, tu propia experiencia mundana te va a parecer poco inspiradora. En mi adolescencia creía que el amor eran los grandes gestos, los discursos románticos y los suspensos tortuosos que duran años. Mis películas favoritas eran, obviamente, The Notebook y Titanic. Con el tiempo empecé a encontrar un valor enorme en las intimidades cotidianas. Empecé a leer libros donde los sentimientos más intensos aparecían vacíos de cualquier melodrama, y empecé a prestarle atención a las muestras de amor profundas que veía a mi alrededor. Mi escritura cambió radicalmente gracias a esto, se volvió más simple y menos pretenciosa. El acto de escribir se volvió, en consecuencia, más disfrutable, y la necesidad de tener lectores pasó a un segundo plano. Como en las mejores historias en las cuales la recompensa aparece cuando dejamos de buscarla, esta pequeña renuncia generó una reacción en cadena, y esos lectores terminaron apareciendo.